sábado, 11 de enero de 2014

Destello neoclásico en el corazón de una urbe barroca: la casa de moneda de Zacatecas



Casa de Moneda de Zacatecas hacia 1890.


Antecedentes

Desde el descubrimiento de las ricas minas de plata zacatecanas en 1546, existió la necesidad de establecer el Real Ensaye, es decir un espacio en donde la corona pudiera verificar y avalar, la calidad de las muestras de los metales extraídos, para así proseguir con la explotación de las vetas exploradas o bien, dejar de lado la costosa aventura que representaba la minería.

   La referencia más antigua de su ubicación data de 1644, ubicándolo frente a la Plaza Mayor de la ciudad; muy probablemente en la acera norte del actual callejón de la Palma, pues incluso a fines del siglo XVIII, se le ubica en este sitio, inmediato a la Real Caja.

   A poco más de dos décadas del inicio de la explotación de sus minas, el Real Ensaye y Caja de Zacatecas, no hacían otra cosa más que arrojar buenas noticias: el mineral que se estaba muestreando y quintando, era tanto y de tan alta ley, que pronto surgió la necesidad de acuñar moneda en este paraje; de tal forma que en 1572 los habitantes y empresarios mineros, realizaron la primera petición a la audiencia de la Nueva Galicia para establecer una casa de moneda.

   Habrían de pasar 238 años después de aquella primera solicitud, para que tras múltiples gestiones y esfuerzos por parte del cabildo, mineros y de vecinos prominentes, se fundara el 14 de noviembre de 1810 la Casa de Moneda de Zacatecas.

   Aquella primera construcción, fue adaptada en el Ensaye, posteriormente ubicada en lo que hoy ocupa el Museo Zacatecano. En 1822, a plena luz de la independencia de México, se inició una nueva construcción para la casa de moneda, empleando las edificaciones anteriores, sin embargo, ésta tendría un nuevo rostro y reflejaría el nuevo gusto estilístico del momento: el neoclásico.

El destello neoclásico

Reconstrucción decorativa de la Casa de Moneda. VHRL.
Insertado en el corazón del centro histórico y ocupando una manzana entera, el edificio que ocupó el Real Ensaye y Casa de Amonedación de Zacatecas fue el primero de la ciudad en donde la arquitectura neoclásica develó una estética de líneas ininterrupidas y rectas; siempre procurando la simetría y el orden “racional” de la luz y el espacio, algo totalmente opuesto a lo que existía en la urbe cuyo apogeo constructivo se dio al amparo del espíritu barroco, movimiento artístico y religioso que marcó toda una forma de vivir en los reinos hispanos del nuevo mundo.

   En clara oposición a la exuberante decoración de sus principales edificios religiosos y públicos, como lo fue el de la Real Caja -ubicado frente a ella-, en la que dos pares de largas y esbeltas estípites abrumadas de figuras orgánicas hacían indefinidos juegos de sombras sobre su fachada; la correspondiente a casa de moneda “brilla” por su sobriedad y equilibrio: sólo un par de columnas de fuste liso flanquean su acceso, prosiguiendo la misma composición en el segundo nivel, en donde aparece un frontón interrumpido, delimitado por dos trofeos de piedra rosa que daban marco a un escudo bellamente labrado: el del primer imperio mexicano, el de Don Agustín I.


Detalle del Escudo del Imperio Mexicano. Col F. Sescosse.
   Cabe mencionar que la fachada oriente    poseía dos de estos escudos imperiales, el primero, sobre las oficinas de la casa de moneda, ostentaba la efigie de un águila, ¡coronada por supuesto!, devorando una serpiente sobre el mítico nopal, inserta en un medallón detrás del cual se asomaban una serie de blasones en la parte superior y armas de carácter indígena como mazos, flechas y carcajes así como bayonetas, cañones y municiones, representando las armas venidas de occidente en la parte inferior; todos estos elementos simbólicos estaban exquisitamente labrados en cantera y además, tenían la osadía de estar exentas  del paramento.


   Este escudo fue atrozmente destruido a pesar de su belleza debido a que para algunos “ciudadanos”, resultaba molesto todo vestigio que oliera a monarquía. Por mucho tiempo el frontón permaneció vacío, solamente se vislumbraban las cicatrices ocasionadas por los iconoclastas cinceles liberales. Fue hasta 1970, durante el gobierno del Ing. Pedro Ruiz González, en que tras un intenso trabajo de remodelación para instalar la Tesorería General del Estado, se colocó el escudo de la ciudad de Zacatecas, fue realizado por Antonio Pintor Rodríguez. Dicho escudo permanece hoy en día.

   El segundo escudo que conserva la fachada, es de características muy similares, aunque menos avezado en su labrado. Se encuentra en el tímpano de la casa de Ensaye y éste sobrevivió, casi en su totalidad: sólo la cabeza del águila fue cercenada por ceñir la corona del efímero  imperio.

   Los interiores de esta ceca delataron el gusto por las formas, ritmos y simetrías toscanas; mismas que en décadas posteriores adoptaría la mayoría de las edificaciones zacatecanas de carácter civil y algunas de tipo religioso, sin embargo y a pesar de los esfuerzos por disponer este edificio en la estética neoclásica; la complicada topografía de la ciudad, asociada con la inercia constructiva que dominó el siglo XVIII, hicieron que tuviera un partido arquitectónico irregular, con desniveles y quiebros apegados a construcciones que le antecedieron y obedeciendo al antiguo trazo de sus calles, quedando nuestra casa de moneda inscrita como un destello neoclásico en el corazón de una urbe barroca: Zacatecas.

Victor Hugo Ramírez Lozano

SALUDOS¡¡¡¡

martes, 7 de enero de 2014


                         Un vistazo al colorido Zacatecas de 1900

Panorámica de la Ciudad de Zacatecas (fragmento).  Óleo sobre tela. Manuel Pastrana 1911.

Siempre resulta interesante indagar el pasado de las ciudades, de sus monumentos y de su gente; y más aún cuando estas urbes resultan ser parte importante de nuestra identidad y formación cultural o poseen un atractivo que nos resulta singular, curioso o enigmático. Durante el siglo XIX, la edición de “diarios de viajeros”, tuvieron gran aceptación entre aquellas personas ávidas por conocer otras sociedades, costumbres, modos de vida y expresiones artísticas; podríamos decir que dichos diarios fueron los antecedentes de las actuales guías turísticas.

    En México, este tipo de publicaciones comenzaron a aparecer posteriormente a la consumación de la independencia en 1821, pues la “nueva nación”, abrió sus fronteras al mundo, lo que atrajo a diversos personajes antes considerados como nongratos, principalmente por profesar un credo distinto. Tal fue el caso de viajeros ingleses, norteamericanos y alemanes. Durante el porfiriato, los diarios de viajeros que hablaban de nuestro país pasaron de ser descripciones monográficas y estadísticas, a ser auténticas obras de carácter novelesco y antropológico.


   Hacia 1900, un norteamericano nacido en Massachusetts, de nombre John Lawson Stoddard, emprendió un viaje por el interior de la república a bordo del Ferrocarril Central con la finalidad de escribir una de sus famosas “travelguides”. 

    En su recorrido hacia la ciudad de México, el primer lugar en que hizo parada, fue la estación de ferrocarril de Zacatecas; a partir de ahí, Stoddard inicia su narración compartiéndonos el cómo a su arribo, el vagón de uso exclusivo en el que viajaban él y sus acompañantes, fue desenganchado y conducido a una vía lateral, de aquellas que se empleaban para descansar los coches mientras descargaban y/o esperaban un nuevo tren ya sea para continuar el viaje o regresar, en este caso, sería para retomarlo al día siguiente.
John Lawson Stoddard.


Ms. John, al poner pie a tierra en la estación, desde la cual sabemos se tenía una de las mejores vistas panorámicas de la nuestra ciudad, nos compartió sus primeras emociones:

“La vista de Zacatecas desde el ferrocarril es impresionante. Directamente opuesta a la estación se levanta una montaña escarpada, vistiendo como único e inolvidable ornamento, una corona curvilínea de rocas perpendiculares, cuya vegetación de musgo las hace ver como malaquitas. Debajo de esto vi lo que parecía ser una ciudad oriental, pues casi todas las construcciones tenían techos planos, con muros de ladrillos sin cocer, tal y como uno las observa en Tierra Santa”.


    Es interesante como el cerro de la Bufa, desde el nacimiento de la ciudad hasta nuestros días, ha sido el ícono que propios y extraños se llevan estampado en la memoria, y la memoria de Stoddard no fue la excepción. Continúan sus impresiones:
    

La característica más extraordinaria de Zacatecas es su coloración viva, su variedad de matices es encantadora, aquí un artista sería transportado con deleite. Todos los muros enlucidos están pintados, y cada calle está, por lo tanto, enmarcada en rojo, naranja, amarillo, verde, azul o violeta, adornados con motivos decorativos alegres. Muchas de las edificaciones, es verdad, están sucias y en mal estado, y la mayoría de ellas tienen solo un piso. Escrutarlas de cerca es desencantador,  pero, en la brillante luz del sol de los trópicos y bajo el intenso cielo azul de México, hasta las estructuras escuálidas se vuelven pintorescas.

    Cuando eché un vistazo por las calles, frecuentemente vi multitudes de figuras estáticas y otras en movimiento, sus vestidos de algodón blanco, medio ocultos por mantas amarillas, rojas y púrpuras; mientras veía estos conjuntos multicolores, reuniéndose y separándose, yendo y viniendo ante las brillantes paredes entintadas, sentí como si estuviera viendo a través de un caleidoscopio”
.
    Sin duda, la ciudad que nuestro visitante tenía ante sus ojos dista bastante de lo que es hoy en día, de fachadas bicolores, que no varían más allá del blanco o amarillo; de igual manera, el uso de los coloridos rebozos, prenda casi extinta de mujer mexicana, acentuaba los contrastes cromáticos que la vida cotidiana derramaba sobre las empedradas calles zacatecanas.

“Pero, mientras que los nativos son atractivos a una distancia, un examen de más cerca revela el hecho de que “La distancia otorga encanto” al mexicano. Los picudos sombreros de paja o fieltro, son algo para ser estudiados bajo un microscopio; el rostro bronceado, viéndose en la distancia tan efectivo, es dolorosamente inocente de jabón y agua […] En cuanto a las camisas y pantalones de los nativos, recuerdan las viejas velas de un barco, blanco-nieve, cuando son vistas desde el borde del horizonte, pero tras una inspección más cercana, resulta ser un gris y melancólico resto de lienzo manchado, cosido con parches. No es -estoy seguro- una exageración decir que la mitad de los habitantes de México están ya sea descalzos o usan una especie de sandalia, que consiste en un pedazo de cuero atado al pie como un patín”

    Lo que nuestro gringo viajero captó con afilado sarcasmo de corte inglés, los harapos percudidos de los viejos zacatecanos, que no fueron otra cosa si no lo cotidiano en estas minas de los Zacatecas, tan comunes como el uso de cuchillería de plata al interior de las coloridas casas del centro de la ciudad.

    En 1901, John Stoddard edita su libro “MEXICO”, guia de viaje, en donde narra otros aspectos curiosos de la vida en Zacatecas y complementa con fotografías del interior de sus calles, al igual que de otras ciudades mexicanas; si bien algunos comentarios son un tanto despectivos, no quitan gracia a sus experiencias de viaje, por fortuna también en el tiempo, como bien apunta John, “la distancia otorga encanto”.


                                                               SALUDOS¡¡¡    

                                                 Victor Hugo Ramírez Lozano