domingo, 29 de julio de 2018

Los Santos mancos de la Catedral de Zacatecas.

La Catedral de Zacatecas, síntesis cultural de México. 
Maqueta Esc: 1:56  Autor: Victor Hugo Ramírez Lozano.
(Foto: Alejandro Muñoz/Belinda Vargas. 2017)
El más icónico de nuestros monumentos es sin duda es la catedral basílica; síntesis histórica de los vaivenes económicos, políticos y sociales que tocaron vivir a los zacatecanos de pretéritos tiempos. La enorme mole de piedra, a veces rosa, a veces color de fuego, otras dorada en complicidad con la lluvia y la luz de noche, en ningún momento pasa desapercibida.

     Sus tres portadas barrocas son un despilfarro de creatividad, de conocimiento y por su puesto, de Fe. La fachada principal, está dedicada a la Eucaristía, es el momento en que Jesucristo ante sus apóstoles consagra el vino y el pan y estableciendo así la Sagrada Comunión, la cual está representada en una bellísima y exquisitamente labrada custodia ubicada en la clave de la ventana coral, que, al mismo tiempo, es el punto clave en torno al cual se desarrolla toda la composición arquitectónica y escultórica de la portada.
 
      De todo el frente, son reconocibles Jesucristo (en la parte central del tercer cuerpo); San Simón (ubicado también en el tercer cuerpo sobre la primera calle) a quien se le reconoce por sostener la sierra con que fue martirizado; Santo Santiago (ubicado en la hornacina del primer cuerpo, primera calle) reconocido por la pequeña Conchita de Vieira (venera) sobre su capa; San Pedro (al costado izquierdo de Santiago) se le reconoce por la tiara papal que un par de angelitos sostiene sobre su hornacina, así como por su ubicación al lado derecho de la entrada principal del templo; San Pablo (localizado a la par de San Pedro, a la izquierda del acceso principal) es identificado por su gran barba y por el libro en que se plasma su nombre, el cual, también sostiene un par de angelitos sobre su nicho; y por último  San Andrés ( a la izquierda de Pablo) es reconocido por la Cruz Aspada o en forma de "X", también cargada por ángeles. ¿Y los demás Santos?...



     Hasta aquí, todo parecía ir bien, sin embargo, al tratar de identificar a los demás santos invitados a la Sagrada Cena, nos topamos con un gran reto debido a que no todas las esculturas cuentan con elementos iconográficos o referenciales suficientes. ¿Dónde estaban esos elementos? Respuesta: en las manos de cada estatua. Y ahora, lo que muchos se preguntan al apear la mirada sobre nuestra catedral ¿dónde están sus manos?¡¿Porqué no las tienen?!

     Apóstol San Pedro (ubicado en el primer cuerpo, segunda calle, al costado izquierdo de la puerta principal).        Observen lo claro que se ven las perforaciones en los brazos, incluso, se aprecian un poco ortogonales para recibir las cuñas de madera e insertar las manos que fueron labradas de manera aparte. Foto: Pbro. Jesús López de Lara. 1984.

    Respuestas y teorías han sido muchas, cada guía de turistas, cada persona en pos de "quedar bien" con quien pregunta expone sus ideas -muchas de ellas disparatadas- del porqué la ausencia de estas extremidades. La más absurda que  he escuchado fue que un "día se le ocurrió a un Cura quitárselas para que no se las robaran, pues eran de plata". Otras hipótesis no tan descabelladas -pero no válidas para el caso que nos ocupa- culpan a los revolucionarios que, en tiempos de la toma de Zacatecas, competían a ver quién era mejor tirador, tomando como blanco las manos (otros afirman las lazaron con buena reata). Hay fotos de 1870 donde ya las esculturas no tenían manos.



Santo Apóstol (No identificado por falta de elementos iconográficos y referencielaes) 
Foto: Guillermina Bañuelos, 2018.


      Lo cierto es que simplemente se les cayeron y los culpables fueron la lluvia, el viento, quizás las palomas; para escucharnos más técnicos: se cayeron debido a la exposición permanente y prolongada a los diferentes agentes naturales: ambientales, climáticos y animales.

    ¿Porqué tan fácil? Resulta que en la antigüedad, en proceso para realizar una escultura en cantera intervenían varias personas que atendían procesos distintos, por ejemplo:

     1. el canterero que extraía la piedra del banco (que para el caso de nuestra catedral fue el cerro de la piedrera, en Guadalupe);
     2. el operador que la transportaba al sitio de trabajo y verificaba que no se tronaran o rompieran al descargarlas;
     3. el maestro cantero quien, con conocimiento previo de la forma a extraer del bloque, podía dar indicaciones a algún
    4. aprendiz para que comenzara a devastar la roca y preformar la escultura.
    5. Una vez llegado el momento de que la escultura estaba por terminarse, el maestro cantero afinaba los acabados, ropajes, perfiles y aquellos elementos más delicados y, si así lo consideraba, podría recurrir al cantero más hábil, al especialista en labrar manos.



Apóstol San Juan (Tercer cuerpo, a la derecha de Jesús)
Foto: Guillermina Bañuelos, 2018.

     Muchas veces las manos y elementos iconográficos se formaban en el mismo bloque de cantera, pero en otras, como sucedió en las esculturas de nuestra catedral, se labraban aparte, de manera exenta, de tal manera que estas podían ser trabajadas con mayor comodidad y logrando mejores resultados. Al final, las extremidades eran perforadas para insertarles unos largos taquetes o cuñas de madera -por lo regular de mezquite  o encino-  para que a su vez, se encajaran en los brazos de la escultura; es por ello que, cuando la madera se pudría o se debilitaba, simplemente se caía la pieza; del mismo modo, debido a la delgadez de la piedra (las muñecas) y a las perforaciones practicadas, éstas se rompían con mayor facilidad.  Esta es la razón de los santos mancos de la fachada principal.


Detalle del tercer cuerpo. En esta imagen de 1880, podemos ver que en la escultura de Jesucristo aún se conservaba el largo taquete o cuña de madera que alguna vez sostuvo la mano derecha.

                                                                               
Detalle. El taquete de madera, solía ser de mezquite o encino. Foto: 1880.







                                             Saludos.... Victor Hugo Ramírez Lozano.
   
   

miércoles, 25 de julio de 2018

Sueño y advertencia, la casa de Tacuba.

Estoy despierto y perturbado desde las 4: 40.... mis parientes han tenido la culpa, me despertaron; los saludé, no me contestaron; sólo seguían hablando algo que no entendía, de vez en cuando voltearon verme. De uno en uno me fueron recordado algunas vivencias que tuve en la vieja casa de Tacuba. El olor a aceite y a fierros, a caucho y gasolina de la refaccionaria Ramírez; sobre la silla mecedora de bejuco donde mi bisabuela se sentaba para ver pasar el día frente a la fuente de los faroles, aún está el chal gris esperándola... Todo iba bien hasta que se cayó una maceta a mi lado, rodó por las escaleras, todos desaparecieron, corrieron a una recámara del entrepiso que sólo es dividida por una cortina de gasa; mi tía Cuca cierra despacio la puerta de la cocina. Quien me acompaña dice que la tiró mi Tío Rafael, "el Cura", pero yo no lo vi. No hay más que seguir subiendo la larga escalinata rosa, rosa entre muros rosas; casi arriba, volteo hacia a mis espaldas y tras unas rejas de hierro forjado, vislumbro la silueta de mi otra tía, Nena ¿o a caso será mi tía Teresa?, sólo veo que su figura se esfuma o se disuelve entre la luz que viene de la calle, la oscuridad de un suéter negro y de una caja fuerte. Tras unos barrotes de madera torneados del siglo XVIII, se escucha un grito: ¡ya!, los perros ya están encerrados. Quien me acompaña jala con suma delicadeza un cordón verde que hace que la chapa de la puerta se abra, me maravilla cómo una chapa tan vieja cierre y abra con la delicadeza del caminar de un gato. Algo raro pasa, no es la imagen que recuerdo de la última vez que entré a la casa; las macetas blancas forradas de pedazos de vajillas -que nunca me han gustado- están en su lugar, pero... secas... eso no puede ser posible; si algo siempre cuidan mis tías, son sus macetas... y sus pájaros. Pájaros por cierto, también ausentes.
   


   Una enredadera que desde el zaguán entraba al recibidor, ha dejado su seco tallo colgado, detenido sólo por un par de clavos y la vidriera. No hay nadie, quizás estén en la recámara o... en la cocina, si siempre están allá. Una persona de traje gris obscuro, de quien sólo alcancé a ver su calva y hombro derecho, sale y cierra la puerta... tenía finta de sacerdote. Llama mi atención el enorme óleo de la Oración del Huerto, casi de piso a techo, no lo recordaba tan grande, nunca me había fijado que estaba firmado con color rojo y nunca había visto que el grueso marco estaba ya torcido. Es necesario restaurarlo...
   El perro se ha escapado, alguien corre a las recámaras, no hay más que seguirlo, seguramente el sabe donde guarecerse de la mordida de ese enorme perro guardián. Quien haya sido, se ocultó debajo de las camas de latón, ¿en cuál de las dos?.
   Escucho a alguien llorar en el cuarto de al lado, en la sala que sólo se abre en diciembre. Ahí esta el piano-pianola, más santos y vírgenes -¡cómo les gusta a mis tías amontonar santos!-, y en la esquina, tras la pesada puerta de madera tallada, mi tía Tere tapándose los ojos, sólo alcanzo a distinguirla por su larga trenza... me jalan del hombro, cierran la puerta y me dicen: ya fue suficiente, ahora no te vuelvas a olvidar de nosotros, porque regresaré por ti. Recuérdalo, si nos olvidas tú morirás para siempre. Esto sucedía mientras veía un Cristo inquisidor sobre la cómoda de la antesala, justo debajo de un arcángel San Gabriel con enmarcado de hoja de oro.
Veo nuevamente la chapa de paso de gato cerrarse. Con tremendo azoro, me desperté a las 4:40 am del 12 de septiembre. Cuatro horas antes me encontré en "línea" a un primo que me pidió el árbol genealógico, lo busqué, le di una ojeada rápida, vi nombres que en ese instante no representaron nada para mi y se lo mandé. He ahí las consecuencias... no recordaba a mis muertos, y menos a mis muertos de Tacuba, a bisabuela "Chonita", mis tíos Rafael "el cura", Cuca, Leonor "la Nena" y Tere, creo por eso alguien reclamó su recuerdo en mi presente pero... ¿quién? Nunca lo vi, a pesar que me acompañó desde que entre a la vieja casa, ¿habrá sido mi abuelo Antonio, al que no conocí?... No puedo pensar en otra posibilidad. Lo cierto es que en estos momentos, el azoro provocado por una rama de mi familia zacatecana, sigue en mi.

De cirqueros, hacendados y pianos viajeros...

De cirqueros, hacendados y pianos viajeros...


Foto: "Circo mexicano callejero" 1890 ca.

Les contaré una anécdota acaecida en tiempos porfirianos en la hacienda Rancho Grande, en Fresnillo, Zac, que recopilé cuando yo tenía como 15 años de la viva voz de una tía que murió, si no mal recuerdo, de 99 o 100.

Indagando la genealogía familiar era común terminara platicando con mi tía Conchita Godoy (+), quien conoció a una gran parte de la familia debido a su sana longevidad y recordaba muchas anécdotas gracias a su extraordinaria lucidez. Un día, en su casa de Guadalupe, Zac, le mostré una vieja fotografía en sepia donde aparecían ella y una de sus hermanas (Luz) siendo niñas de apenas 7 u 8 años, recargadas en un bello piano negro, vestidas a la usanza del siglo XIX y con un par de aros, juguetes muy comunes y que solían ser utilería de los fotógrafos.

     Me platicó sobre la foto, había sido tomada en el interior de la sala grande de la Casa -también Grande- de la Hacienda de Rancho -sì, también- Grande, en Fresnillo y cuyo dueño era Don Victor García, hermano de cuna de su papà Aurelio Octavio Godoy Rojas.

    ¿Hermano de cuna? Si, fueron criados juntos, en las mismas casas y con las mismas nanas. Eran casi de la misma edad, las familias García y Godoy, eran muy unidas, ademas fueron compadres. (y socios)*.

    Era muy frecuente que Don Víctor contratara a fotógrafos que visitaban los pueblos y rancherías ofreciendo sus servicios a la población, siempre llegaban a la hacienda, donde les recibía. Un día, llegó uno de aquellos fotógrafos, y mi padrino - decía mi tía Conchita- nos juntó a mis papás, hermanos y a algunos amigos para ser retratados. Justo acababan de regalarnos unos aros de fierro forrados de cuero y con ellos nos retrataron a Luz y a mi.

¿Unos aros forrados de cuero?
--- Sí, nos los habían regalado unos cirqueros que se presentaron en el pueblo. Era muy común que cada cierta temporada, llegaran carretones cargados de avíos y gente que en el pueblo decían, se robaban a los niños; descargaban y comenzaban a formar un teatrito y una pequeña plaza de madera y lonas en algún corral, entre los adobes. Eran las llamadas carpas.

---A mi padrino no le gustaba que llegaran a sus tierras porque -decía- siempre ocurrían problemas, peleas, robos y algunos desmanes; pero lo que más le molestaba era que siempre, después de su breve temporada de presentaciones, el representante tocaba a la puerta de la casa para pedirle una audiencia. Siempre para decir que las entradas no habían sido buenas, que les robaron, que se les murió algún animal (caballo o mula) y, en resumidas cuentas, que no tenían dinero y medios para poder regresar o seguir con su gira artística.

----Siempre mi padrino les ponía una regañiza, pero los ayudaba. Una ocasión a manera de corresponder su auxilio para seguir a Fresnillo, el circo se presentó en el patio de la casa, fue una función especial para mis hermanos, mis papás y algunas de las personas de la "asistencia"*.
--Me acuerdo de un señor que saltaba en zancos y de unas jovencitas que hacían equilibrio precisamente con los aros con los que nos tomaron la fotografía.

     Quedé maravillado con aquella anécdota, los aros no eran utilería del fotógrafo, tenían una historia mas interesante, pero además la forma en que lo contó, sin pausas más para uno que otro estornudo, fue un verdadero obsequio, un viaje al pasado, a la vida intima de una vieja hacienda porfiriana que yo acababa de conocer y estaba mayormente en ruinas. Temblándole la mano, se acercó nuevamente la foto y remató diciendo: Sí, esos eran los aros, me acuerdo que eran pesados, y así, adornados con listones; y el piano que se ve atrás, pues es este mismo...

                                                                                                                            Víctor Hugo Ramírez Lozano.