Desde el descubrimiento de las
ricas minas de plata zacatecanas en 1546, existió la necesidad de establecer el
Real Ensaye, es decir un espacio en donde la corona pudiera verificar y avalar,
la calidad de las muestras de los metales extraídos, para así proseguir con la
explotación de las vetas exploradas o bien, dejar de lado la costosa aventura
que representaba la minería.
La
referencia más antigua de su ubicación data de 1644, ubicándolo frente a la Plaza
Mayor de la ciudad; muy probablemente en la acera norte del actual callejón de
la Palma, pues incluso a fines del siglo XVIII, se le ubica en este sitio, inmediato
a la Real Caja.
A
poco más de dos décadas del inicio de la explotación de sus minas, el Real
Ensaye y Caja de Zacatecas, no hacían otra cosa más que arrojar buenas
noticias: el mineral que se estaba muestreando y quintando, era tanto y de tan
alta ley, que pronto surgió la necesidad de acuñar moneda en este paraje; de
tal forma que en 1572 los habitantes y empresarios mineros, realizaron la
primera petición a la audiencia de la Nueva Galicia para establecer una casa de
moneda.
Habrían
de pasar 238 años después de aquella primera solicitud, para que tras múltiples
gestiones y esfuerzos por parte del cabildo, mineros y de vecinos prominentes,
se fundara el 14 de noviembre de 1810 la Casa de Moneda de Zacatecas.
Aquella
primera construcción, fue adaptada en el Ensaye, posteriormente ubicada en lo
que hoy ocupa el Museo Zacatecano. En 1822, a plena luz de la independencia de
México, se inició una nueva construcción para la casa de moneda, empleando las
edificaciones anteriores, sin embargo, ésta tendría un nuevo rostro y
reflejaría el nuevo gusto estilístico del momento: el neoclásico.
El destello neoclásico
Reconstrucción decorativa de la Casa de Moneda. VHRL. |
Insertado en el corazón del centro histórico y ocupando una manzana
entera, el edificio que ocupó el Real Ensaye y Casa de Amonedación de Zacatecas
fue el primero de la ciudad en donde la arquitectura neoclásica develó una
estética de líneas ininterrupidas y rectas; siempre procurando la simetría y el
orden “racional” de la luz y el espacio, algo totalmente opuesto a lo que
existía en la urbe cuyo apogeo constructivo se dio al amparo del espíritu
barroco, movimiento artístico y religioso que marcó toda una forma de vivir en
los reinos hispanos del nuevo mundo.
En clara oposición a la
exuberante decoración de sus principales edificios religiosos y públicos, como
lo fue el de la Real Caja -ubicado frente a ella-, en la que dos pares de
largas y esbeltas estípites abrumadas de figuras orgánicas hacían indefinidos
juegos de sombras sobre su fachada; la correspondiente a casa de moneda
“brilla” por su sobriedad y equilibrio: sólo un par de columnas de fuste liso
flanquean su acceso, prosiguiendo la misma composición en el segundo nivel, en
donde aparece un frontón interrumpido, delimitado por dos trofeos de piedra
rosa que daban marco a un escudo bellamente labrado: el del primer imperio
mexicano, el de Don Agustín I.
Detalle del Escudo del Imperio Mexicano. Col F. Sescosse. |
Cabe mencionar que la fachada
oriente poseía dos de estos escudos imperiales, el primero, sobre las oficinas
de la casa de moneda, ostentaba la efigie de un águila, ¡coronada por
supuesto!, devorando una serpiente sobre el mítico nopal, inserta en un
medallón detrás del cual se asomaban una serie de blasones en la parte superior
y armas de carácter indígena como mazos, flechas y carcajes así como bayonetas,
cañones y municiones, representando las armas venidas de occidente en la parte
inferior; todos estos elementos simbólicos estaban exquisitamente labrados en
cantera y además, tenían la osadía de estar exentas del paramento.
Este escudo fue atrozmente
destruido a pesar de su belleza debido a que para algunos “ciudadanos”,
resultaba molesto todo vestigio que oliera a monarquía. Por mucho tiempo el
frontón permaneció vacío, solamente se vislumbraban las cicatrices ocasionadas
por los iconoclastas cinceles liberales. Fue hasta 1970, durante el gobierno
del Ing. Pedro Ruiz González, en que tras un intenso trabajo de remodelación
para instalar la Tesorería General del Estado, se colocó el escudo de la ciudad
de Zacatecas, fue realizado por Antonio Pintor Rodríguez. Dicho escudo
permanece hoy en día.
El segundo escudo que conserva
la fachada, es de características muy similares, aunque menos avezado en su
labrado. Se encuentra en el tímpano de la casa de Ensaye y éste sobrevivió,
casi en su totalidad: sólo la cabeza del águila fue cercenada por ceñir la
corona del efímero imperio.
Los interiores de esta ceca
delataron el gusto por las formas, ritmos y simetrías toscanas; mismas que en
décadas posteriores adoptaría la mayoría de las edificaciones zacatecanas de
carácter civil y algunas de tipo religioso, sin embargo y a pesar de los esfuerzos
por disponer este edificio en la estética neoclásica; la complicada topografía
de la ciudad, asociada con la inercia constructiva que dominó el siglo XVIII,
hicieron que tuviera un partido arquitectónico irregular, con desniveles y
quiebros apegados a construcciones que le antecedieron y obedeciendo al antiguo
trazo de sus calles, quedando nuestra casa de moneda inscrita como un destello
neoclásico en el corazón de una urbe barroca: Zacatecas.
Victor Hugo Ramírez Lozano
SALUDOS¡¡¡¡
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