Un vistazo al colorido Zacatecas de 1900
Panorámica de la Ciudad de Zacatecas (fragmento). Óleo sobre tela. Manuel Pastrana 1911. |
Siempre resulta interesante indagar el pasado de las ciudades, de sus
monumentos y de su gente; y más aún cuando estas urbes resultan ser parte
importante de nuestra identidad y formación cultural o poseen un atractivo que
nos resulta singular, curioso o enigmático. Durante el siglo XIX, la edición de
“diarios de viajeros”, tuvieron gran aceptación entre aquellas personas ávidas
por conocer otras sociedades, costumbres, modos de vida y expresiones
artísticas; podríamos decir que dichos diarios fueron los antecedentes de las actuales
guías turísticas.
En México, este tipo de publicaciones comenzaron
a aparecer posteriormente a la consumación de la independencia en 1821, pues la
“nueva nación”, abrió sus fronteras al mundo, lo que atrajo a diversos
personajes antes considerados como nongratos, principalmente por
profesar un credo distinto. Tal fue el caso de viajeros ingleses,
norteamericanos y alemanes. Durante el porfiriato, los diarios de viajeros que
hablaban de nuestro país pasaron de ser descripciones monográficas y
estadísticas, a ser auténticas obras de carácter novelesco y antropológico.
Hacia 1900, un norteamericano nacido en Massachusetts,
de nombre John Lawson Stoddard, emprendió un viaje por el interior de la
república a bordo del Ferrocarril Central con la finalidad de escribir una de
sus famosas “travelguides”.
Ms. John, al poner pie a tierra en la estación, desde la cual sabemos se
tenía una de las mejores vistas panorámicas de la nuestra ciudad, nos compartió
sus primeras emociones:
“La vista de Zacatecas desde el ferrocarril es impresionante.
Directamente opuesta a la estación se levanta una montaña escarpada, vistiendo
como único e inolvidable ornamento, una corona curvilínea de rocas
perpendiculares, cuya vegetación de musgo las hace ver como malaquitas. Debajo
de esto vi lo que parecía ser una ciudad oriental, pues casi todas las
construcciones tenían techos planos, con muros de ladrillos sin cocer, tal y
como uno las observa en Tierra Santa”.
Es interesante como el cerro de la Bufa, desde
el nacimiento de la ciudad hasta nuestros días, ha sido el ícono que propios y
extraños se llevan estampado en la memoria, y la memoria de Stoddard no fue la
excepción. Continúan sus impresiones:
“La característica más extraordinaria de Zacatecas es su coloración
viva, su variedad de matices es encantadora, aquí un artista sería transportado
con deleite. Todos los muros enlucidos están pintados, y cada calle está, por
lo tanto, enmarcada en rojo, naranja, amarillo, verde, azul o violeta,
adornados con motivos decorativos alegres. Muchas de las edificaciones, es
verdad, están sucias y en mal estado, y la mayoría de ellas tienen solo un
piso. Escrutarlas de cerca es desencantador, pero, en la brillante
luz del sol de los trópicos y bajo el intenso cielo azul de México, hasta las
estructuras escuálidas se vuelven pintorescas.
Cuando eché un vistazo por las calles,
frecuentemente vi multitudes de figuras estáticas y otras en movimiento, sus
vestidos de algodón blanco, medio ocultos por mantas amarillas, rojas y
púrpuras; mientras veía estos conjuntos multicolores, reuniéndose y
separándose, yendo y viniendo ante las brillantes paredes entintadas, sentí
como si estuviera viendo a través de un caleidoscopio”
.
Sin duda, la ciudad que nuestro visitante tenía
ante sus ojos dista bastante de lo que es hoy en día, de fachadas bicolores,
que no varían más allá del blanco o amarillo; de igual manera, el uso de los
coloridos rebozos, prenda casi extinta de mujer mexicana, acentuaba los
contrastes cromáticos que la vida cotidiana derramaba sobre las empedradas
calles zacatecanas.
“Pero, mientras que los nativos son atractivos a una distancia, un
examen de más cerca revela el hecho de que “La distancia otorga encanto” al
mexicano. Los picudos sombreros de paja o fieltro, son algo para ser estudiados
bajo un microscopio; el rostro bronceado, viéndose en la distancia tan
efectivo, es dolorosamente inocente de jabón y agua […] En cuanto a las camisas
y pantalones de los nativos, recuerdan las viejas velas de un barco,
blanco-nieve, cuando son vistas desde el borde del horizonte, pero tras una
inspección más cercana, resulta ser un gris y melancólico resto de lienzo
manchado, cosido con parches. No es -estoy seguro- una exageración decir que la
mitad de los habitantes de México están ya sea descalzos o usan una especie de
sandalia, que consiste en un pedazo de cuero atado al pie como un patín”
Lo que nuestro gringo viajero captó con afilado sarcasmo
de corte inglés, los harapos percudidos de los viejos zacatecanos, que no
fueron otra cosa si no lo cotidiano en estas minas de los Zacatecas, tan comunes
como el uso de cuchillería de plata al interior de las coloridas casas del
centro de la ciudad.
SALUDOS¡¡¡
Victor Hugo Ramírez Lozano
Hola Victor Hugo soy Violeta Tavizón, quisiera saber sí más sobre la obra de Manuel Pastrana que presentas en tu blogg. ¿Es la panorámica que mide de largo más de 2 metros? Mil gracias por tu respuesta, mi correo es violeta_tavizon@yahoo.com.mx. Saludos.
ResponderEliminarHola, Violeta, desconozco las medidas exactas, pero si es muy grande; en un par de semanas te doy las medidas precisas. SALUDOS
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