miércoles, 25 de julio de 2018

Sueño y advertencia, la casa de Tacuba.

Estoy despierto y perturbado desde las 4: 40.... mis parientes han tenido la culpa, me despertaron; los saludé, no me contestaron; sólo seguían hablando algo que no entendía, de vez en cuando voltearon verme. De uno en uno me fueron recordado algunas vivencias que tuve en la vieja casa de Tacuba. El olor a aceite y a fierros, a caucho y gasolina de la refaccionaria Ramírez; sobre la silla mecedora de bejuco donde mi bisabuela se sentaba para ver pasar el día frente a la fuente de los faroles, aún está el chal gris esperándola... Todo iba bien hasta que se cayó una maceta a mi lado, rodó por las escaleras, todos desaparecieron, corrieron a una recámara del entrepiso que sólo es dividida por una cortina de gasa; mi tía Cuca cierra despacio la puerta de la cocina. Quien me acompaña dice que la tiró mi Tío Rafael, "el Cura", pero yo no lo vi. No hay más que seguir subiendo la larga escalinata rosa, rosa entre muros rosas; casi arriba, volteo hacia a mis espaldas y tras unas rejas de hierro forjado, vislumbro la silueta de mi otra tía, Nena ¿o a caso será mi tía Teresa?, sólo veo que su figura se esfuma o se disuelve entre la luz que viene de la calle, la oscuridad de un suéter negro y de una caja fuerte. Tras unos barrotes de madera torneados del siglo XVIII, se escucha un grito: ¡ya!, los perros ya están encerrados. Quien me acompaña jala con suma delicadeza un cordón verde que hace que la chapa de la puerta se abra, me maravilla cómo una chapa tan vieja cierre y abra con la delicadeza del caminar de un gato. Algo raro pasa, no es la imagen que recuerdo de la última vez que entré a la casa; las macetas blancas forradas de pedazos de vajillas -que nunca me han gustado- están en su lugar, pero... secas... eso no puede ser posible; si algo siempre cuidan mis tías, son sus macetas... y sus pájaros. Pájaros por cierto, también ausentes.
   


   Una enredadera que desde el zaguán entraba al recibidor, ha dejado su seco tallo colgado, detenido sólo por un par de clavos y la vidriera. No hay nadie, quizás estén en la recámara o... en la cocina, si siempre están allá. Una persona de traje gris obscuro, de quien sólo alcancé a ver su calva y hombro derecho, sale y cierra la puerta... tenía finta de sacerdote. Llama mi atención el enorme óleo de la Oración del Huerto, casi de piso a techo, no lo recordaba tan grande, nunca me había fijado que estaba firmado con color rojo y nunca había visto que el grueso marco estaba ya torcido. Es necesario restaurarlo...
   El perro se ha escapado, alguien corre a las recámaras, no hay más que seguirlo, seguramente el sabe donde guarecerse de la mordida de ese enorme perro guardián. Quien haya sido, se ocultó debajo de las camas de latón, ¿en cuál de las dos?.
   Escucho a alguien llorar en el cuarto de al lado, en la sala que sólo se abre en diciembre. Ahí esta el piano-pianola, más santos y vírgenes -¡cómo les gusta a mis tías amontonar santos!-, y en la esquina, tras la pesada puerta de madera tallada, mi tía Tere tapándose los ojos, sólo alcanzo a distinguirla por su larga trenza... me jalan del hombro, cierran la puerta y me dicen: ya fue suficiente, ahora no te vuelvas a olvidar de nosotros, porque regresaré por ti. Recuérdalo, si nos olvidas tú morirás para siempre. Esto sucedía mientras veía un Cristo inquisidor sobre la cómoda de la antesala, justo debajo de un arcángel San Gabriel con enmarcado de hoja de oro.
Veo nuevamente la chapa de paso de gato cerrarse. Con tremendo azoro, me desperté a las 4:40 am del 12 de septiembre. Cuatro horas antes me encontré en "línea" a un primo que me pidió el árbol genealógico, lo busqué, le di una ojeada rápida, vi nombres que en ese instante no representaron nada para mi y se lo mandé. He ahí las consecuencias... no recordaba a mis muertos, y menos a mis muertos de Tacuba, a bisabuela "Chonita", mis tíos Rafael "el cura", Cuca, Leonor "la Nena" y Tere, creo por eso alguien reclamó su recuerdo en mi presente pero... ¿quién? Nunca lo vi, a pesar que me acompañó desde que entre a la vieja casa, ¿habrá sido mi abuelo Antonio, al que no conocí?... No puedo pensar en otra posibilidad. Lo cierto es que en estos momentos, el azoro provocado por una rama de mi familia zacatecana, sigue en mi.

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