domingo, 29 de julio de 2018

Los Santos mancos de la Catedral de Zacatecas.

La Catedral de Zacatecas, síntesis cultural de México. 
Maqueta Esc: 1:56  Autor: Victor Hugo Ramírez Lozano.
(Foto: Alejandro Muñoz/Belinda Vargas. 2017)
El más icónico de nuestros monumentos es sin duda es la catedral basílica; síntesis histórica de los vaivenes económicos, políticos y sociales que tocaron vivir a los zacatecanos de pretéritos tiempos. La enorme mole de piedra, a veces rosa, a veces color de fuego, otras dorada en complicidad con la lluvia y la luz de noche, en ningún momento pasa desapercibida.

     Sus tres portadas barrocas son un despilfarro de creatividad, de conocimiento y por su puesto, de Fe. La fachada principal, está dedicada a la Eucaristía, es el momento en que Jesucristo ante sus apóstoles consagra el vino y el pan y estableciendo así la Sagrada Comunión, la cual está representada en una bellísima y exquisitamente labrada custodia ubicada en la clave de la ventana coral, que, al mismo tiempo, es el punto clave en torno al cual se desarrolla toda la composición arquitectónica y escultórica de la portada.
 
      De todo el frente, son reconocibles Jesucristo (en la parte central del tercer cuerpo); San Simón (ubicado también en el tercer cuerpo sobre la primera calle) a quien se le reconoce por sostener la sierra con que fue martirizado; Santo Santiago (ubicado en la hornacina del primer cuerpo, primera calle) reconocido por la pequeña Conchita de Vieira (venera) sobre su capa; San Pedro (al costado izquierdo de Santiago) se le reconoce por la tiara papal que un par de angelitos sostiene sobre su hornacina, así como por su ubicación al lado derecho de la entrada principal del templo; San Pablo (localizado a la par de San Pedro, a la izquierda del acceso principal) es identificado por su gran barba y por el libro en que se plasma su nombre, el cual, también sostiene un par de angelitos sobre su nicho; y por último  San Andrés ( a la izquierda de Pablo) es reconocido por la Cruz Aspada o en forma de "X", también cargada por ángeles. ¿Y los demás Santos?...



     Hasta aquí, todo parecía ir bien, sin embargo, al tratar de identificar a los demás santos invitados a la Sagrada Cena, nos topamos con un gran reto debido a que no todas las esculturas cuentan con elementos iconográficos o referenciales suficientes. ¿Dónde estaban esos elementos? Respuesta: en las manos de cada estatua. Y ahora, lo que muchos se preguntan al apear la mirada sobre nuestra catedral ¿dónde están sus manos?¡¿Porqué no las tienen?!

     Apóstol San Pedro (ubicado en el primer cuerpo, segunda calle, al costado izquierdo de la puerta principal).        Observen lo claro que se ven las perforaciones en los brazos, incluso, se aprecian un poco ortogonales para recibir las cuñas de madera e insertar las manos que fueron labradas de manera aparte. Foto: Pbro. Jesús López de Lara. 1984.

    Respuestas y teorías han sido muchas, cada guía de turistas, cada persona en pos de "quedar bien" con quien pregunta expone sus ideas -muchas de ellas disparatadas- del porqué la ausencia de estas extremidades. La más absurda que  he escuchado fue que un "día se le ocurrió a un Cura quitárselas para que no se las robaran, pues eran de plata". Otras hipótesis no tan descabelladas -pero no válidas para el caso que nos ocupa- culpan a los revolucionarios que, en tiempos de la toma de Zacatecas, competían a ver quién era mejor tirador, tomando como blanco las manos (otros afirman las lazaron con buena reata). Hay fotos de 1870 donde ya las esculturas no tenían manos.



Santo Apóstol (No identificado por falta de elementos iconográficos y referencielaes) 
Foto: Guillermina Bañuelos, 2018.


      Lo cierto es que simplemente se les cayeron y los culpables fueron la lluvia, el viento, quizás las palomas; para escucharnos más técnicos: se cayeron debido a la exposición permanente y prolongada a los diferentes agentes naturales: ambientales, climáticos y animales.

    ¿Porqué tan fácil? Resulta que en la antigüedad, en proceso para realizar una escultura en cantera intervenían varias personas que atendían procesos distintos, por ejemplo:

     1. el canterero que extraía la piedra del banco (que para el caso de nuestra catedral fue el cerro de la piedrera, en Guadalupe);
     2. el operador que la transportaba al sitio de trabajo y verificaba que no se tronaran o rompieran al descargarlas;
     3. el maestro cantero quien, con conocimiento previo de la forma a extraer del bloque, podía dar indicaciones a algún
    4. aprendiz para que comenzara a devastar la roca y preformar la escultura.
    5. Una vez llegado el momento de que la escultura estaba por terminarse, el maestro cantero afinaba los acabados, ropajes, perfiles y aquellos elementos más delicados y, si así lo consideraba, podría recurrir al cantero más hábil, al especialista en labrar manos.



Apóstol San Juan (Tercer cuerpo, a la derecha de Jesús)
Foto: Guillermina Bañuelos, 2018.

     Muchas veces las manos y elementos iconográficos se formaban en el mismo bloque de cantera, pero en otras, como sucedió en las esculturas de nuestra catedral, se labraban aparte, de manera exenta, de tal manera que estas podían ser trabajadas con mayor comodidad y logrando mejores resultados. Al final, las extremidades eran perforadas para insertarles unos largos taquetes o cuñas de madera -por lo regular de mezquite  o encino-  para que a su vez, se encajaran en los brazos de la escultura; es por ello que, cuando la madera se pudría o se debilitaba, simplemente se caía la pieza; del mismo modo, debido a la delgadez de la piedra (las muñecas) y a las perforaciones practicadas, éstas se rompían con mayor facilidad.  Esta es la razón de los santos mancos de la fachada principal.


Detalle del tercer cuerpo. En esta imagen de 1880, podemos ver que en la escultura de Jesucristo aún se conservaba el largo taquete o cuña de madera que alguna vez sostuvo la mano derecha.

                                                                               
Detalle. El taquete de madera, solía ser de mezquite o encino. Foto: 1880.







                                             Saludos.... Victor Hugo Ramírez Lozano.
   
   

miércoles, 25 de julio de 2018

Sueño y advertencia, la casa de Tacuba.

Estoy despierto y perturbado desde las 4: 40.... mis parientes han tenido la culpa, me despertaron; los saludé, no me contestaron; sólo seguían hablando algo que no entendía, de vez en cuando voltearon verme. De uno en uno me fueron recordado algunas vivencias que tuve en la vieja casa de Tacuba. El olor a aceite y a fierros, a caucho y gasolina de la refaccionaria Ramírez; sobre la silla mecedora de bejuco donde mi bisabuela se sentaba para ver pasar el día frente a la fuente de los faroles, aún está el chal gris esperándola... Todo iba bien hasta que se cayó una maceta a mi lado, rodó por las escaleras, todos desaparecieron, corrieron a una recámara del entrepiso que sólo es dividida por una cortina de gasa; mi tía Cuca cierra despacio la puerta de la cocina. Quien me acompaña dice que la tiró mi Tío Rafael, "el Cura", pero yo no lo vi. No hay más que seguir subiendo la larga escalinata rosa, rosa entre muros rosas; casi arriba, volteo hacia a mis espaldas y tras unas rejas de hierro forjado, vislumbro la silueta de mi otra tía, Nena ¿o a caso será mi tía Teresa?, sólo veo que su figura se esfuma o se disuelve entre la luz que viene de la calle, la oscuridad de un suéter negro y de una caja fuerte. Tras unos barrotes de madera torneados del siglo XVIII, se escucha un grito: ¡ya!, los perros ya están encerrados. Quien me acompaña jala con suma delicadeza un cordón verde que hace que la chapa de la puerta se abra, me maravilla cómo una chapa tan vieja cierre y abra con la delicadeza del caminar de un gato. Algo raro pasa, no es la imagen que recuerdo de la última vez que entré a la casa; las macetas blancas forradas de pedazos de vajillas -que nunca me han gustado- están en su lugar, pero... secas... eso no puede ser posible; si algo siempre cuidan mis tías, son sus macetas... y sus pájaros. Pájaros por cierto, también ausentes.
   


   Una enredadera que desde el zaguán entraba al recibidor, ha dejado su seco tallo colgado, detenido sólo por un par de clavos y la vidriera. No hay nadie, quizás estén en la recámara o... en la cocina, si siempre están allá. Una persona de traje gris obscuro, de quien sólo alcancé a ver su calva y hombro derecho, sale y cierra la puerta... tenía finta de sacerdote. Llama mi atención el enorme óleo de la Oración del Huerto, casi de piso a techo, no lo recordaba tan grande, nunca me había fijado que estaba firmado con color rojo y nunca había visto que el grueso marco estaba ya torcido. Es necesario restaurarlo...
   El perro se ha escapado, alguien corre a las recámaras, no hay más que seguirlo, seguramente el sabe donde guarecerse de la mordida de ese enorme perro guardián. Quien haya sido, se ocultó debajo de las camas de latón, ¿en cuál de las dos?.
   Escucho a alguien llorar en el cuarto de al lado, en la sala que sólo se abre en diciembre. Ahí esta el piano-pianola, más santos y vírgenes -¡cómo les gusta a mis tías amontonar santos!-, y en la esquina, tras la pesada puerta de madera tallada, mi tía Tere tapándose los ojos, sólo alcanzo a distinguirla por su larga trenza... me jalan del hombro, cierran la puerta y me dicen: ya fue suficiente, ahora no te vuelvas a olvidar de nosotros, porque regresaré por ti. Recuérdalo, si nos olvidas tú morirás para siempre. Esto sucedía mientras veía un Cristo inquisidor sobre la cómoda de la antesala, justo debajo de un arcángel San Gabriel con enmarcado de hoja de oro.
Veo nuevamente la chapa de paso de gato cerrarse. Con tremendo azoro, me desperté a las 4:40 am del 12 de septiembre. Cuatro horas antes me encontré en "línea" a un primo que me pidió el árbol genealógico, lo busqué, le di una ojeada rápida, vi nombres que en ese instante no representaron nada para mi y se lo mandé. He ahí las consecuencias... no recordaba a mis muertos, y menos a mis muertos de Tacuba, a bisabuela "Chonita", mis tíos Rafael "el cura", Cuca, Leonor "la Nena" y Tere, creo por eso alguien reclamó su recuerdo en mi presente pero... ¿quién? Nunca lo vi, a pesar que me acompañó desde que entre a la vieja casa, ¿habrá sido mi abuelo Antonio, al que no conocí?... No puedo pensar en otra posibilidad. Lo cierto es que en estos momentos, el azoro provocado por una rama de mi familia zacatecana, sigue en mi.

De cirqueros, hacendados y pianos viajeros...

De cirqueros, hacendados y pianos viajeros...


Foto: "Circo mexicano callejero" 1890 ca.

Les contaré una anécdota acaecida en tiempos porfirianos en la hacienda Rancho Grande, en Fresnillo, Zac, que recopilé cuando yo tenía como 15 años de la viva voz de una tía que murió, si no mal recuerdo, de 99 o 100.

Indagando la genealogía familiar era común terminara platicando con mi tía Conchita Godoy (+), quien conoció a una gran parte de la familia debido a su sana longevidad y recordaba muchas anécdotas gracias a su extraordinaria lucidez. Un día, en su casa de Guadalupe, Zac, le mostré una vieja fotografía en sepia donde aparecían ella y una de sus hermanas (Luz) siendo niñas de apenas 7 u 8 años, recargadas en un bello piano negro, vestidas a la usanza del siglo XIX y con un par de aros, juguetes muy comunes y que solían ser utilería de los fotógrafos.

     Me platicó sobre la foto, había sido tomada en el interior de la sala grande de la Casa -también Grande- de la Hacienda de Rancho -sì, también- Grande, en Fresnillo y cuyo dueño era Don Victor García, hermano de cuna de su papà Aurelio Octavio Godoy Rojas.

    ¿Hermano de cuna? Si, fueron criados juntos, en las mismas casas y con las mismas nanas. Eran casi de la misma edad, las familias García y Godoy, eran muy unidas, ademas fueron compadres. (y socios)*.

    Era muy frecuente que Don Víctor contratara a fotógrafos que visitaban los pueblos y rancherías ofreciendo sus servicios a la población, siempre llegaban a la hacienda, donde les recibía. Un día, llegó uno de aquellos fotógrafos, y mi padrino - decía mi tía Conchita- nos juntó a mis papás, hermanos y a algunos amigos para ser retratados. Justo acababan de regalarnos unos aros de fierro forrados de cuero y con ellos nos retrataron a Luz y a mi.

¿Unos aros forrados de cuero?
--- Sí, nos los habían regalado unos cirqueros que se presentaron en el pueblo. Era muy común que cada cierta temporada, llegaran carretones cargados de avíos y gente que en el pueblo decían, se robaban a los niños; descargaban y comenzaban a formar un teatrito y una pequeña plaza de madera y lonas en algún corral, entre los adobes. Eran las llamadas carpas.

---A mi padrino no le gustaba que llegaran a sus tierras porque -decía- siempre ocurrían problemas, peleas, robos y algunos desmanes; pero lo que más le molestaba era que siempre, después de su breve temporada de presentaciones, el representante tocaba a la puerta de la casa para pedirle una audiencia. Siempre para decir que las entradas no habían sido buenas, que les robaron, que se les murió algún animal (caballo o mula) y, en resumidas cuentas, que no tenían dinero y medios para poder regresar o seguir con su gira artística.

----Siempre mi padrino les ponía una regañiza, pero los ayudaba. Una ocasión a manera de corresponder su auxilio para seguir a Fresnillo, el circo se presentó en el patio de la casa, fue una función especial para mis hermanos, mis papás y algunas de las personas de la "asistencia"*.
--Me acuerdo de un señor que saltaba en zancos y de unas jovencitas que hacían equilibrio precisamente con los aros con los que nos tomaron la fotografía.

     Quedé maravillado con aquella anécdota, los aros no eran utilería del fotógrafo, tenían una historia mas interesante, pero además la forma en que lo contó, sin pausas más para uno que otro estornudo, fue un verdadero obsequio, un viaje al pasado, a la vida intima de una vieja hacienda porfiriana que yo acababa de conocer y estaba mayormente en ruinas. Temblándole la mano, se acercó nuevamente la foto y remató diciendo: Sí, esos eran los aros, me acuerdo que eran pesados, y así, adornados con listones; y el piano que se ve atrás, pues es este mismo...

                                                                                                                            Víctor Hugo Ramírez Lozano.

sábado, 30 de abril de 2016

Cinco Meses y 2.50 pesos diarios: La Torre Norte de Catedral

En siete meses, la torre norte de nuestra insigne catedral basílica, cumplirá 112 años de haber sido concluida y con ella, terminada prácticamente la imagen arquitectónica que hoy nos asombra.

     Fue el 8 de diciembre de 1904, cuando después de cinco meses –leyó usted bien- ¡cinco meses!, el alarife Dámaso Muñetón, vio terminada la que, según él mismo, fue la más importante de sus obras constructivas.
     Desde mediados del siglo XVIII, la entonces iglesia parroquial mayor de las minas de Nuestra Señora de los Zacatecas, seguía en su afán de ser la mejor iglesia del norte de novohispano; sin embargo quedaría inconclusa una de sus torres por más de un siglo, debido en gran parte a las guerras de independencia y las subsecuentes que a lo largo del siglo XIX frenaron el desarrollo de la nueva nación “independiente”.
Catedral de Zactecas, 1890. Col. Sescosse.
     Fue hasta que, gracias a la famosa “Pax” porfiriana, el país pudo mantener cierta estabilidad política, alcanzó un desarrollo económico, industrial e intelectual que le mereció reconocimiento mundial. Incluso durante las tres décadas del régimen del General Porfirio Díaz, se percibió más tolerancia hacia el culto católico que en tiempos anteriores fuera tan atacado.
      Merced a este nuevo ambiente social, muchas ciudades se beneficiaron por el ingreso de capitales extranjeros que reactivaron las industrias mineras, metalúrgicas, textiles, agroindustriales, artesanales, entre otras.  En nuestra ciudad, el sector minero que en manos de compañías yanquis, británicas, algunas francesas y pocas de capital mexicano, brindaron bocanadas de aire fresco a la creación artística como nunca antes se había experimentado.
      En medio de ese esplendor, durante 1901, es cuando se piensa terminar el segundo cuerpo y su remate en cúpula de la torre norte de la ahora catedral. Como bien es sabido, desde el triunfo de la Guerra de Reforma, muchos inmuebles religiosos de culto católico pasaron a ser propiedad de particulares y del Estado Mexicano; es por ello que, para tan sólo pensar en realizar cualquier intervención en ellos, era necesario solicitar la autorización de alguna instancia del gobierno federal, la cual, a partir de la Ley de inmuebles del 18 de diciembre de 1902, correspondería a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.     
      En aquel primer año del nuevo siglo XX, correspondió al C. Gobernador del Estado Lic. Eduardo  G. Pankhurst dirigir una carta al C. Secretario de Hacienda (segundo a bordo en la jerarquía gubernamental porfiriana), Lic. José Yves Limantour, con respecto a la conclusión de las torres de la catedral en la siguiente forma:

Zacatecas, Mayo 28 de 1904.

Sr. Lic. D. José Yves Limantour, Srio del Despacho de Hacienda y Crédito Público.México.
Muy Señor mio y estimado compañero:
Como se me ha indicado que el Sr. Obispo de la Diócesis de Zacatecas desea acabar de construir una de las dos torres de la Catedral, antes de concederle el permiso que formalmente solicitará al Gobierno del Estado, que ve en ello un elemento de trabajo y una obra que hermoseará a la Ciudad, me permito consultar la autorizada opinión de U. sobre la manera de proceder a ese respec

Me es grato tener esta ocasión para mandar a U. mis recuerdos, subscribiéndome suyo afmo. [afectísimo] atento amigo y S. S. Go. Z. Pankhurst.

En virtud de la anterior, se recibió contestación por parte de la Secretaría de Hacienda el 4 de abril de 1904, exponiendo que “el permiso podrá concederse con mayor factibilidad si se acompañan a la solicitud respectiva los planos y detalles de la obra, a fin de que sea posible apreciar no solamente la solidez de esa obra, sino también su parte arquitectónica que contribuya a embellecer el edificio”.
     La obra procedió, el financiamiento provino de una notable mujer zacatecana, la Sra. Pepita Brilanti, quien viviendo en contra esquina de la catedral decía al Sr. Obispo: “me da tristeza ver  desde mi balcón, esa torre a medias, por favor, déjeme usted terminarla”.


Catedral de Zacatecas, 1904. Torre en construcción.

     Para ello se contrató al ilustre alarife Dámaso Muñetón, quien en una interesante entrevista que le fue realizada para un diario, nos legó interesantes experiencias:
Reportero (MAX): ¿En qué condiciones tomo usted las distintas figuras de la torre antigua de Catedral para dirigir la nueva?
Muñetón: Esa vez tanto el ingeniero Córdoba, como el Sr. Pankhurst, me daban el consejo de poner un castillo de madera alrededor de la torre vieja, para tomar las figuras por medio de moldes de yeso; pero a mí me pareció que este procedimiento requería un triple trabajo, y entonces me propuse y así lo llevé a efecto, tomar las figuras de la antigua torre por medio de dibujos en miniatura, subiendo por una escalera colgante. Después ampliaba los dibujos al tamaño conveniente y los distribuía entre los canteros. De esta manera fui dirigiendo el trabajo durante cinco meses, hasta quedar terminado. En las obras trabajaron como promedio, de veinte a treinta canteros y dos albañiles con dos peones.
Reportero (MAX):¿Cuál es el costo de esa importante obra?
Muñetón: Con todo y lo que se distribuyeron como “bolos” al descubrirse la torre, su importe fue de $13.000.00.
Reportero (MAX):¿Cuánto le produjo a usted en metálico este trabajo?
Muñetón: No cobré absolutamente nada extraordinario, fuera de mi sueldo de $ 2.50 diarios durante cinco meses.

Catedral de Zacatecas, 1905. Torre concluida.

Con una torre, cinco meses, 2.50 pesos diarios y la suma de voluntades, se concluyó uno de los sueños más largos de Zacatecas que desde 1731 se anhelaba, el  ver culminada su iglesia parroquial, tan capaz, que pudo llegar a ser catedral y una de las edificaciones más bellas e importantes del norte de México.
SALUDOS ¡¡¡¡     
Victor Hugo Ramírez Lozano

miércoles, 14 de octubre de 2015

Cuando las piedras hablan

Cuando las piedras hablan



En una ciudad donde la piedra tiene un papel protagónico, es difícil obviar sus formas, texturas y colores, ya sean naturales o moldeadas por la mano humana. Zacatecas, es piedra, nació de las piedras ricas en metales, las que fueron exprimidas por otras más grandes y duras en las llamados tahonas; el jugo argentífero se transformó en sonoras monedas que dieron de comer a muchos, desde el empresario minero hasta el trabajador que arriesgaba su vida en la profundidad de la tierra.

Quebradores y separadores, Mina del Capulin.


De piedra fueron los cimientos de las primeras viviendas y capillas, de piedra los muros de los palacetes y conventos construidos después. De piedra sus calles, callejones y plazas; ¡vámos!, la ciudad entera está a los pies de una gran corona de piedras que al verla nos hace sentir de esta tierra, la veneramos, nos ayuda a predecir cómo será el clima del día y en ella vemos cómo lentamente muere el sol.

Cuando las piedras adquieren ese significado de apego al terruño, cuando se vuelven parte de un recuerdo y de la memoria colectiva, dejan de ser astros para transformarse en seres animados que respiran, se sonrojan con la lluvia, se acaloran en el ocaso; unas sufren el paso de los años, otras se yerguen orgullosas en forma de torres o estoicas columnas.


Es en ellas que están depositadas casi cinco centurias de historia de una ciudad labrada a golpe de fuerza, empeño, dolor, miedo, valentía, bondad, conocimiento pero sobre todo, que ha sido tallada con el cincel del amor de nuestros más viejos abuelos, quienes han hecho posible nuestra presencia.

Petroteca Agustiniana. Sacristía del Extemplo de San Agustín.


Cuando las piedras hablan, nos comunican ese pasado denso y rico del que somos herederos y responsables de conservarlo para las generaciones venideras… pero eso sí, su carácter pétreo hace que ellas no se abran a cualquiera ni al primer guiño; hay que ganárselas, investigarlas, acariciarlas con la mirada, entenderlas, es más, hasta dedicarles poemas como ellas nos los regalan en cada 
fachada.  

Ruinas del Convento de San Francisco.

Cuando logremos que las piedras nos hablen, sólo en ese momento estaremos en comunión con nuestra cultura, la que nos da identidad y que al mismo tiempo nos transformará en una piedra más del maravilloso monumento llamado humanidad.


Victor Hugo Ramírez Lozano.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Milagro en la Toma de Zacatecas de 1914


MILAGRO en la Toma de Zacatecas de 1914
Palacio de Gobierno y Banco de Zacatecas. Col, José M. Enciso. 1900 c a

Pasaban ya de las cinco de la tarde cuando la lluvia de proyectiles arreciaba sobre la ciudad de Zacatecas. Cerca de veinte mil invasores inundarían sus calles de un momento a otro ese trágico martes 23 de junio de 1914.

     Las primeras huestes se hicieron presentes en las calles del Barrio Nuevo, por el rumbo de la estación de ferrocarriles, otras, entraban por las Peñitas o la Pinta, las últimas lo harían por la calle de Juan Alonso. La carta de presentación ante la población: el fusil en mano acompañado de un enardecido ¡viva Villa!, ¡mueran pelones desgraciados! A través de las puertas cerradas a “piedra y lodo”, se escuchaban los cascos de los caballos a galope, gritos de soldados, mujeres y por su puesto, las bocas de fuego artilladas que aún seguían vomitando granadas por los rumbos sur y sureste.

Antigua plazuela de San Juan de Dios; en el costado izquierdo
el Hospital de San José, antiguo Hospital Civil
     Justo en la plazuela de San Juan de Dios se encontraba el Hospital Civil y a su entrada, una manta con letras negras imploraba “piedad para los heridos”. Al ingresar a este centro de atención humanitaria, las fuerzas del General Pánfilo Natera amarraron en sus camillas a varios de los heridos y “les pasaron cuchillo”[1], mientras que otros, hacían arrogancia de su puntería con aquellos que corrían por el patio tratando de salvar la vida. 

     Soldados de la División del Norte entablaban un acalorado diálogo de plomo con sus rivales de la guarnición federal, apostados en balcones y azoteas de varios edificios.

     Son las cinco quince; algunos federales aún se encuentran al interior del hermoso palacio sede de la federación, el antiquísimo edificio virreinal de la Real Caja; villistas traspasan sus bellas puertas labradas del siglo XVIII y comienza la persecución de la presa atemorizada en los corredores; los “revolucionarios” logran subir al segundo nivel, mientras las ansias de armas y botines de guerra (entre ellos la caja fuerte de la pagaduría militar), provocan que los invasores traten de abrir a punta de pistola las sólidas puertas en donde bien saben por sus espías, los encontrarán y...  sobreviene la tragedia.

     Una enorme explosión, en tres tiempos, sacudió a la ciudad entera; según el reloj del General Felipe Ángeles Ramírez, el estratega del asalto, eran las cinco cincuenta de la tarde cuando “del centro de la ciudad se elevó de pronto un humo amarillo, como si estuviera muy mezclado con polvo”[2] La jefatura de Armas, la Casa del la familia Magallanes y parte del Banco de Zacatecas, habían volado.

      Días antes, el General Argumedo había capturado a las fuerzas de Natera armamento y explosivos, los cuales estaban fabricadas con las cápsulas que se usan para exportar el carbono líquido[3]; así mismo, el 10 de junio, el General Medina Barrón, había derrotado al mismo Natera cerca de la mina del Bote, y capturado armamento, mismo que fue conducido a la Jefatura. Aunado a ello, parte de los abastecimientos de parque que enviaba la federación, se encontraban resguardados en sus amplios salones.

     Los dorados vencedores achacaron de inmediato este hecho al enemigo caído en desgracia; uno de aquellos generales, Federico Cervantes Muñoz-Cano escribió : “Como postrera y bárbara venganza, los vencidos habían volado con dinamita una manzana entera, con todo y habitantes”; y justificando el bárbaro exterminio de soldados mexicanos, continuó: “pero la guarnición de doce mil hombres, expiaba este crimen con el aniquilamiento”.  Al día siguiente, un Teniente Coronel del bando federal llamado Leobardo Bernal, fue mandado ejecutar por Villa, supuestamente por haber sido él quien tenía la ciudad minada. La denuncia la hizo una extranjero[4].

     Minutos después de la explosión, Entre la enorme montaña de escombro, se encontraban fragmentos de cuerpos que por sus vestiduras delataban sus bandos militares. Entre las canteras, “se oían gritos lastimeros”[5].
Ruinas del Palacio Federal y el hueco en el Banco de Zacatecas Col. José Manuel Enciso
     Mujeres, niños y soldados, cubriéndose con el reboso y pañuelos, se dieron a la tarea continua de buscar cualquier indicio de vida en el sitio de la hecatombe. A la par de que iban sacando cuerpos, un contingente separaba el botín de guerra: armas, municiones, piezas de artillería y una caja fuerte que, a pesar de la enorme explosión no fue abierta. Un soldado, rifle en mano, fue designado a mantener guardia a su costado.
Un soldado de la "revolución", rifle en mano, custodia la caja fuerte del
palacio federal, la cual parece no haber sido abierta muy a pesar de la tremenda explosión.

     Ciento veintiún cadáveres fueron extraídos durante los tres días siguientes: dos oficiales, treinta y cinco revolucionarios y ochenta y nueve federales[6], y otros más “que no pudo rescatar ya la piqueta, que trabajaba con desesperación”[7]

     Al cuarto día de la explosión, ¡un milagro!, un milagro entre las miles de tragedias que estaba viviendo la ciudad conmovía y sorprendía a Zacatecas: un niño sólo seis meses, el hijo menor del Lic. Manuel Magallanes, Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia, había sido rescatado vivo de entre los escombros, un sólido ropero lo había protegido del estallido. Los restantes nueve miembros de la familia murieron[8]. Este infante de nombre Alfonso Magallanes, al ser sacado fue entregado al doctor Taube, quien lo cuidó y logró salvarle la vida[9].

     Prisioneros y vecinos civiles de la ciudad fueron obligados a continuar con las obras de limpieza. Las góndolas del servicio de tranvías se emplearon para desalojar la calle de escombros y de los numerosos cuerpos que habían sido incinerados, formando macabras piras frente al teatro Calderón.

Macarbras piras funerarias comenzaron a formarse en las calles y plazuelas de la ciudad de Zacatecas, "olía a pólvora y carne humana"  Foto: Acumulación de cuerpos frente a la ferretería A la Palma. Col. Federico Sescosse. Junio de 1914.

     Al final de bélica jornada de 1914, quedaron un enorme hueco en el muro del Banco de Zacatecas, un solar vacío como una herida abierta que comenzó a cicatrizar por el año de 1932, cuando inició una nueva construcción en el lugar de aquel palacete barroco, y el recuerdo de una ciudad bonancible, culta y rica… pero sólo el recuerdo.


Victor Hugo Ramírez Lozano           



[1] Ramos Dávila, Roberto. “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. S/A. Pp.20.
[2] Tomado del Diario del Gral. Felipe Ángeles, Batalla de Zacatecas.
[3] Marínez y García, Manuel. “Reminicencias Históricas Zacatecanas. La Batalla de Zacatecas” 2a. Ed. 1922. Pp. 27.
[4] Marínez y García, Manuel. “Reminicencias Históricas Zacatecanas. La Batalla de Zacatecas” 2a. Ed. 1922. Pp. 27.
[5] Ramos Dávila, Roberto. “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. S/A. Pp.24.
[6] Primer parte de guerra del General Natera, Junio de 1914.
[7] Ramos Dávila, Roberto. “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. S/A. Pp.24.
[8] Informe de Leon Canova al departamento de Estado. Trd: Adolfo Gilly. Crot. B. del Hoyo. Pp 29.
[9] El niño Alfonso Magallanes sobrevivió, fue recogido por un hermano que estaba estudiando en la ciudad de Guadalajara. Se casó y tuvo tres hijos. Agradezco infinitamente esta información al su nieto, el señor Javier Magallanes.

domingo, 20 de abril de 2014

La Plaza Mayor de Zacatecas


La Plaza Mayor de Zacatecas

"Interior de Zacatecas" por Carlos Nebel. 1830.
En las ciudades de la enorme patria hispanoamericana, la Plaza Mayor tiene una enorme importancia, pues es el centro de toda la vida urbana. El grande y solemne espacio está enmarcado por el templo principal, las casas de gobierno y las habitaciones de los vecinos prominentes. En ella está ubicada la fuente pública y se realiza el mercado. Es el lugar adecuado para las grandes actividades del pueblo: procesiones, representaciones teatrales, corridas de toros, recepción de personajes, celebraciones cívicas.

     Así fue la Plaza Mayor de Zacatecas y se conservó hasta 1861. Una bella y cuidadosa litografía de un viajero alemán,  Carlos Nebel nos la muestra como él la vio en 1830. En ella se aprecia el esplendor de la entonces iglesia parroquial mayor  (hoy catedral) con su cúpula barroca original, en cuyos gajos se divisan algunos motivos decorativos, seguramente con algún contenido iconológico y que bien pudieron ser hechos de Talavera.

     Del mismo modo, Nebel dibujó el atrio que la parroquia tuvo a partir de 1805, el cual por su arquitectura neoclásica, contrastaba con el barroco de sus fachadas. El atrio tenía tres pórticos de acceso, flanqueados de columnas de fuste estriado y capitel dórico y un cerramiento con frontón interrumpido en donde se levantaba una escultura de un ángel. Estudiando con delicadeza esta imagen, me atrevo a suponer que  estas esculturas son  algunas de las que aún se encuentran rematando los contrafuertes de la fachada sur, dedicada a Nuestra Señora de los Zacatecas y de la sacristía, aunque hay que decir, estos ángeles son más antiguos que los pórticos.

Detalle de la fuente erigida en 1805 al centro de la Plaza Mayor de Zacatecas; al fondo, el palacio del rico minero Manuel de Rétegui y el pórtico principal del atrio de la antigua parroquia mayor.

     El mismo año en que se construyó el atrio cementerio de la parroquial, se remodeló la pila de agua que se encontraba en el centro de la Plaza Mayor, cuyos antecedentes datan del siglo XVI, desde el nacimiento de nuestra ciudad. La fuente, según nos lo deja ver el señor Nebel, tenía igualmente elementos de la arquitectura neoclásica; al centro del vaso de forma octogonal se desplantaba un sólido coronado de jarrones, un obelisco asentado sobre cuatro esferas en torno al cual se encontraban cuatro esculturas y una más en su remate.

          El mercado que invadió la plaza Mayor, construido en 1861. Foto: 1870, Col. José Manuel Enciso.

     En 1861 cuatro galerones con arcadas invadieron la plaza durante el gobierno interino del Lic. Miguel Auza. Se pretendía ubicar convenientemente a los comerciantes, pero se perdió la plaza y se perdió la fuente. Pronto se comprobó que el mercado no era funcional. El paisaje citadino comenzó a cambiar.

     En vez de recuperar la Plaza Mayor, en 1886 se inició un nuevo mercado inaugurado tres años más tarde. Construido sobre la misma área que el anterior, este edificio rompería con la escala urbana del contexto al alzarse varios metros con una estructura de acero prefabricada mandada a construir en Francia. Salvo este piso (destruido por un incendio en Diciembre de 1901), el edificio se conserva hasta el día de hoy. Las casas que limitaban la plaza por el lado poniente no habían perdido su ubicación original.

El nuevo mercado principal, construido sobre el mismo espacio que el de galerones y arcadas, invadió no solo el espacio, si no también las visuales.


     En 1889, el antiguo teatro Calderón se incendió y en 1897 ya se había construido en el mismo sitio el actual foro. Para ello se invadieron cerca de 9 metros de lo que restaba de la vieja plaza. Las residencias contiguas se alinearon con la fachada del nuevo teatro en 1899, modificando así el trazo urbano que Diego de Ibarra planteara cuando Zacatecas iniciaba sus días como ciudad.

Vista actual

     Con la construcción de estos edificios se perdió otro tanto de la Plaza Mayor y sólo quedan como testigos de aquel grandioso espacio las plazoletas Francisco Goitia y Candelario Huízar. Ahora sólo cabe imaginar por medio de la imagen de Nebel  y por  algunos antiguos  mapas,  la traza genial que nuestros antepasados dieron al corazón de la ciudad con sus bien pensadas perspectivas.


                      Victor Hugo Ramírez Lozano

                                                        SALUDOS¡¡¡¡